El ajedrez, una estrategia de vida

Se le considera una disciplina deportiva, sólo que en vez de ejercitar piernas y brazos se fortalecen la memoria y la capacidad de análisis: Manuel López, profesor de la Facultad de Ciencias

El ajedrez es una obsesión para Manuel López Michelone, doctor en Ciencias computacionales. El también profesor de Física de la Facultad de Ciencias, asegura que la vida no sería igual sin él.

“Pensar las decisiones y desconfiar del primer impulso, pues no hay marcha atrás después de dar un paso, son las dos grandes enseñanzas que me ha dejado el juego”, dice López Michelone, ajedrecista por más de 50 años. Considera el docente –mejor conocido como La Morsa– que combinar sus clases con el ajedrez ha sido como estar de vacaciones, pues ambas actividades le gustan mucho.

Sus intereses son la física y el cómputo, área en la que ha creado programas para entrenarse como ajedrecista y demostrar que ésta es una habilidad que vale la pena desarrollar. “Alguna vez dije que si me fastidiaba estar ante un tablero guardaba todo ¡y se acabó! No parece, ni a corto ni a largo plazo, que eso vaya a ocurrir”.

Manuel es maestro miembro de la Federación Internacional de Ajedrez (FIDE por sus siglas en francés), organismo fundado en París, Francia, el 20 de julio de 1924. Después de la FIFA y la Internacional de Atletismo, la FIDE es el organismo que agrupa a más federaciones nacionales: 211, 213 y 195, respectivamente.

Foto: cortesía Manuel López.

La leyenda de sus orígenes

La primera mención conocida al juego se remonta al siglo XV en Europa, según el poeta Ferdousí, autor de El Libro de los reyes. Éste se habría originado en el siglo VI a raíz de una disputa por el trono de Hind (India) entre los hermanos Gav y Talhand: el segundo había muerto en batalla y su madre, disgustada, recriminó a Gav el haber matado a su hermano. El hijo lo negó todo y, para probar su inocencia, recreó la batalla con piezas de marfil que representaban las cuatro unidades de combate del ejército: la infantería, la caballería, los elefantes y los carros.

Cierta o no la leyenda, se sabe que el ajedrez tiene su origen en el juego que describe: el chaturanga, cuyo nombre significa “cuatro divisiones” en referencia a las piezas que simbolizan las unidades del ejército indio. Éstas son las piezas más antiguas del juego y corresponden a los actuales peones (para la infantería), caballos (caballería), alfiles (elefantes) y torres (carros) de su versión moderna.

El ajedrez es el integrante más internacional de una vasta familia de juegos similares, entre los que se incluyen el shogi japonés, el xiangqi chino o el makruk tailandés.

Para que un juego sea considerado parte de este grupo debe cumplir dos requisitos: que no haya azar involucrado (como dados) y que la victoria dependa de la captura de una única pieza, el rey.

Desconfiar y elaborar

El ajedrez ha resistido los tiempos. Se sigue aprendiendo de él y ha ganado popularidad. Se estima que hay 605 millones de jugadores regulares en el ámbito global, de acuerdo con cifras de la ONU.

A partir del año 1999, el Comité Olímpico Internacional lo reconoció como disciplina deportiva. A diferencia de las especialidades que ejercitan piernas y brazos, “aquí se entrenan la memoria y el análisis. Los jugadores de ajedrez están demostrando que tienen más desarrollada la parte del lenguaje”, explica López Michelone.

Asimismo, detalló, aunque no parece haber ejercicio, el ajedrez origina gran desgaste físico y mental. “Quienes lo practican trabajan en su musculatura y su condición física, porque hay que aguantar partidas de hasta cuatro o cinco horas”.

En clase o en algún torneo, a través de la teoría física o computacional y de los movimientos en el tablero, La Morsa contagia su gusto y busca que más personas descubran lo apasionante del juego.

“Es muy formativo, ayuda a desconfiar y a elaborar. Eso nos hace más inteligentes. Cualquier cosa que nos dicen la pensamos, la discutimos, la ponemos en tela de juicio y nos oponemos a ella si no nos gusta.”

En ese sentido, le parece benéfico que el juego esté disponible desde edades tempranas en casa y en los centros escolares, ya que en algún tiempo fue considerado sólo para las clases altas e intelectuales.

No es que el ajedrez ayude a aumentar el coeficiente intelectual o a hacernos más inteligentes. “Nos enseña disciplina y a pensar. El ajedrez es enemigo de la mediocridad”.

La Morsa festeja que la UNAM sea semillero de competidores internacionales y no duda que los estudiantes lleguen alto en su práctica. “Hay que trabajar para jugar bien, y si uno tiene ambiciones deportivas es preciso dormir menos, esforzarse más y sacrificar muchas cosas”, finaliza.

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