“Expresar con la voz lo que no se puede decir con palabras”

Ute Wassermann presentó un concierto como resultado de una residencia de dos semanas en Casa del Lago

Foto: Casa del Lago.
Ute Wasserman abre la boca en una mueca alargada. Sus pómulos angulosos parecen escurrirse, iluminados por una luz verde que entinta la penumbra. Parece un cuadro expresionista. Se estira y se estira y su mandíbula se desvanece en ese cuello delgado, larguísimo, como ella. De aquella boca baconiana emerge un sonido, ¿un graznido? En el aire vibra aquello que evoca, acaso los efectos de audio de una cinta de terror; tal vez las fragatas, esas aves de mar que inflaman sus pechos, llenando de aire una membrana carmesí para emitir su peculiar llamado al apareo.

Otras ondas crean una atmósfera en torno al pitido de silbatos y el juego con objetos cóncavos de algún material vibrante. Un cuajo de resonancias que se entreteje con los sonidos que capta un hidrófono y que Ute, de pie frente a una mesita alta, mete y saca de una pequeña pecera con agua. Está flanqueada por otros dos músicos, cada uno de pie, ambos también ante una mesa alta y un acuario, bañados por aquella luz verde alimonada, como de aurora boreal.

Hay plasticidad en la disposición escénica con que la artista alemana vuelve a Casa del Lago y entrega el resultado de una residencia de dos semanas, durante la cual trabajó en la creación de Quimera, con el percusionista y baterista Milo Tamez, y el guitarrista Fernando Vigueras, ambos improvisadores y creadores sonoros.

“En esta obra me interesaba hacer una conjunción entre la naturaleza y la ciudad como un ecosistema”, comparte Ute Wassermann en entrevista, al final de su presentación en la casona de Chapultepec.

“Pensábamos presentar esta pieza afuera, en diálogo con el bosque, con las aves del lago, pero preferimos hacerla adentro ante la amenaza de lluvia”. Esta función tuvo lugar tres días después de la entrada del huracán Otis en Guerrero.

Ute Wasserman es reconocida por su exploración vocal. Su obra, improvisativa, se mueve entre los territorios de la música y el arte. Su formación fue en artes visuales, en la Academia de Bellas Artes de Hamburgo, donde aprendió con artistas de fluxus y happening como Henning Christiansen y Allan Kaprow. Más tarde estudió canto en la Universidad de California, San Diego.

Su trabajo se centra en la creación de sonidos esculturales, utilizando métodos de extensión como silbidos de pájaros, electrónicos de baja fidelidad, resonadores, grabaciones de campo y micrófonos de diversa índole. También usa objetos cotidianos e instrumentos creados por ella misma.

“Jugar con la voz es algo que todos hacemos de niños. Yo lo hacía mucho, me encantaba hacer ruidos con mi voz. Me gusta conectar con esa parte. En casa también cantábamos mucho, pero eran más canciones que mi mamá entonaba con nosotros, así que el canto fue algo muy natural para mí”, comparte.

Ute Wassermann se ha presentado en festivales, galerías y clubes de Europa, Australia, México, América del Sur y Asia; ha sido comisionada por el Ryogoku Art Festival, la Universidad de Ámsterdam, Poética Sonora y el Festival Transart, entre otras iniciativas.

“Nunca estudié música académicamente, pero tomé clases de canto. Empecé a explorar la voz en la escuela de arte, supongo que inspirada por otros artistas como Demetrio Stratos. En los años 80 no podía tomar talleres para explorar la voz, tenía que hacerlo por mí misma.”

En la escuela de artes empezó a trabajar con materiales que vibraran con la voz, utilizaba vestuarios especiales o cantaba a través de una flauta. “Pronto encontré mi voz”, afirma. También fue intérprete de música nueva. “Pero lo que me interesa es expresar con la voz lo que no se pueden decir con palabras”.

Elemento primario

Ute dice que le interesa la voz porque es el elemento de expresión más primario de que disponemos antes del lenguaje. También le interesa la relación “no binaria” entre la naturaleza y la ciudad como ecosistema. Es así que Quimera apunta a la relación necesaria y tóxica entre la humanidad actual y la naturaleza, como una criatura quimérica, como la obra misma, en la que el sonido de insectos y aves es llevado al mundo subacuático y devuelto al aire por el hidrófono.

“Así estos sonidos suenan alienados, extraños. En esta pieza usamos tecnología low-tech con las voces y los hidrófonos, esto crea una tensión entre sonidos naturales y tecnológicos. Hay muchos sonidos bajo el agua que los humanos no podemos escuchar, los de la vida marina, por ejemplo. Y los motores, las explosiones, este ruido subacuático también es un problema para el ecosistema marino, ¡hay una terrible polución sonora bajo el mar que nosotros no escuchamos!”

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