Guadalupe Rosales introduce a un mundo silencioso

La fotógrafa angelina expone El rocío sobre las madrugadas sin fin en el Museo Universitario del Chopo

Permanecerá hasta el 26 de abril. Foto: Juan Antonio López.
Madrugadas frías y aparentemente tranquilas en que se dejaba ver el rocío en las ventanas de cada casa, es punto de arranque de la fotógrafa Guadalupe Rosales para hacer memoria de encuentros y desencuentros, o de algunos sucesos trágicos.

El rocío sobre las madrugadas sin fin es el título que le da a su exposición de fotografías, flyers, reliquias y documentos con los que encara el luto, el trauma y la nostalgia de los que quedaron atrás.

El nombre que lleva esta muestra es como una forma de reactivar emociones y remitirse a esas noches íntimas en que ella, al lado de sus mejores amigos y de su hermana, conversaban y eran partícipes de fiestas en los barrios angelinos, mientras la mayor parte de la gente dormía.

Sus imágenes dan cuenta de los escenarios nocturnos. Las calles están solas, en ninguna de ellas se ven los rostros, y sí las huellas de su andar por vías públicas, como lo llegan a ser los grafitis. Intenta que se sienta la energía generada por algo que ahí mismo ocurrió en un momento determinado. Hay actividad pero no personas. Se entra a un mundo silencioso.

Guadalupe, nacida en Los Ángeles, California, y de padres mexicanos, no busca contarnos una historia lineal. Sí pretende que uno como espectador sienta la atmósfera de cada imagen, sonidos, texturas y colores del ambiente que éstas reproducen. Quiere expresar tácitamente que las cosas no son blancas o negras, sino que hay matices. A ella le interesa mucho que hablemos de las cosas buenas y también de las malas, y sobre todo expresar cómo nos afectan esas experiencias.

Este proyecto está dedicado a los marginados. Se trata de aprender de manera distinta de esa otra realidad de la cultura mexicana americana del este de Los Ángeles, California, principalmente durante la década de los 90 del siglo pasado. El mundo de Guadalupe Rosales es uno entre otros muchos, es una lectura totalmente alejada del estereotipo con que los medios de comunicación exponen la cultura chicana. Se trata de algo mucho más complejo, y en razón de ello concibe a las fronteras como líneas imaginarias que nos afectan al dividir a nuestra propia gente.

Guadalupe, con ese su nombre tan mexicano, dice estar muy interesada en aprender de otras culturas. “Mi trabajo habla de la violencia, de historias que han sido silenciadas mundialmente. Las fotos en exhibición corresponden a barrios de Los Ángeles, pero podrían ser de cualquier otra parte del mundo”. Quince años en Nueva York le dieron otra perspectiva sobre su trabajo fotográfico, dos años en Chicago para cursar una maestría en arte ampliaron sus horizontes.

Lenguaje nuevo

Ahora en Ciudad de México, con un lenguaje que ella misma concibe como nuevo para su labor artística, nos invita a que encontremos qué tenemos en común y qué de diferente somos los que estamos en uno u otro lado de la frontera. Sugiere que es factible descubrir muchas capas en esta conversación que propone entre ella y quienes recorran la exposición El rocío sobre las madrugadas sin fin, “proyecto que conjunta visiones del rocío que se acumula en la noche, antes de que el sol salga”.

La muestra, con curaduría de Itzel Vargas, se inauguró en el Museo Universitario del Chopo y se mantendrá abierta al público hasta el 26 de abril.

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