Natsu Nakajima, bailarina de ankoku butō visitó la UNAM

La coreógrafa japonesa ofreció talleres, clases y funciones en el Centro Cultural Universitario

Fotos: cortesía Natsu Nakajima.
La lengua y la cultura japonesas ofrecen una diversidad enorme de sentidos a lo que se dice. Una lengua ideográfica tan conceptual no puede sino ser el verdadero festín de la polisemia, de la multiplicidad de sentidos. El término ankoku butō no es la excepción. Se ha dicho que Tatsumi Hijikata le dio el nombre original a estos procedimientos dancísticos y que butō significaría descender a las raíces, mientras que ankoku sería la oscuridad, y, por tanto, el significado completo sería “la danza que desciende en la oscuridad”. Sin embargo, para Natsu Nakajima (Sajalín, perteneciente a Japón y luego a Rusia, 1943), no se trata sólo de oscuridad, sino de tinieblas y de invisibilidad. Tampoco tiene que ver, desde su perspectiva, con los bombardeos nucleares y sus consecuencias. El ankoku butō tiene que ver con la decisión artística de afrontar las influencias estéticas occidentales. Concretamente de la danza moderna estadunidense. Tanto Hijikata como el otro gran fundador del butō, Kazuo Ono (ambos maestros de Nakajima), pensaban que la danza occidental ni siquiera tenía relación con los cuerpos japoneses, que era necesario crear una danza propia, que confluyó con el resto de movimientos contraculturales japoneses de la posguerra.

En su visita a la UNAM, Nakajima nos compartió que Hijikata fue “la persona más extraña que he conocido, un hombre primitivo, pero también era un genio, un gran estratega, rebelde y revolucionario. Tenía un don con las palabras, que se nota en sus escritos, muy complicados”. En tanto, no era un extraordinario bailarín. Ambos fueron importantes profesores en su formación. Lo cuál le permitió crear un estilo diverso que ha abrevado en muchas fuentes.

El proyecto que Nakajima trajo a la UNAM llevaba por título Al desaparecer van naciendo… recorriendo la pequeña historia del ankoku butō, lo cual hace referencia a la postura estética donde se piensa que el bailarín debe buscar igualarse con la nada, deshacerse del ego, pues es en el estado vacío donde el cuerpo se convierte en un recipiente que será colmado por la música. Y será entonces la música la que proponga, la que impulse el movimiento. Para bailar butō “hay que buscar el cuerpo neutro o natural, no esa voluntad de expresión tan común en occidente”, explica Nakajima. Precisamente, nos comenta, su trabajo la ha llevado a observar el cuerpo como principal eje para investigar la naturaleza humana. “Siento que cuando experimentamos el éxtasis en la danza es porque atravesamos un momento de pasividad. No muevo mi brazo sino que mi brazo, dirigido por el inconsciente, es movido por una fuerza superior a mí. El momento del nacimiento de la danza se refiere al momento en que uno entra en un reino de inconsciencia que está más allá de uno mismo. Es un momento que unos llaman danza y otros denominan armonía, libertad, centro, unidad, éxtasis, amor o la verdad, y al que yo llamaría, la gracia de Dios”.

La conexión con el budismo zen está servida, por ello no es raro que se le haya visto así en occidente. Abandonar el ego, alejarse de la obsesión con el yo y con el deseo, alejarse del sufrimiento. Encontrar la verdad en la nada. Son estas algunas de las cuestiones que Nakajima plantea como maestra, directora y bailarina de butō, y que éste plantea como esencia de su proceso y de su experiencia escénica. En ese sentido “no quiere decir nada en específico, no quiere transformar al espectador en un sentido u otro, quien puede interpretar las obras de cualquier manera, la conexión es con una profundidad inespecífica”.

Se nos ha dicho que Natsu Nakajima, después de esta salida al extranjero no tiene pensado volver a salir de Japón. Así que esta ha sido una oportunidad única para ver a una representante y fundadora de esta escuela dancística, de esta “escuela excéntrica donde me dejaron aprender sobre todo lo invisible y me hicieron viajar internamente”.

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