Sandra Lorenzano recibe el Premio Clemencia Isaura

Foto: Cultura UNAM.

Abismos, quise decir, de la escritora Sandra Lorenzano, académica de la Unidad de Investigación sobre Representaciones Culturales y Sociales, fue el poemario ganador del Premio Clemencia Isaura Poesía 2023, que aborda desde temas sociales hasta la empatía con situaciones de violencia en México y otras partes del mundo.

El galardón fue otorgado a la también colaboradora de la Coordinación de Igualdad y Género, en los Juegos Florales, en torno a las festividades del Carnaval de Mazatlán 2023.

Lorenzano escribió el libro de poesía durante la pandemia y lo terminó a finales de 2022, por lo que consideró la pertinencia de presentarlo en el concurso. “Pensé que era una buena oportunidad de ver si lo que yo creía que iba a provocar en los lectores realmente se cumplía”, menciona en entrevista con Gaceta UNAM.

La también presidenta de la Asamblea Consultiva del Conapred comentó: “Me gusta pensar que de alguna manera esta poesía que hago, que parte de lo íntimo, pero intenta también dar cuenta de la realidad que me rodea, pueda ser un granito más de arena en esa posible transformación de la realidad”, afirmó.

Notas para una novela

Sandra Lorenzano
1.
El invierno es siempre el mismo:
la niebla
el frío
los contornos ateridos de las casuarinas.
¿Es el 76 o el 2004?
Morimos más de una vez. Como gatos callejeros.
Un día te subiste a la escalera para bajar al que había aparecido entre las ramas de los plátanos.
“Vaqui” lo llamamos por las manchas negras y blancas.
Y se instaló en casa como si nunca hubiera vivido en otro lado.
El mundo todavía era eterno.
El antes era cuentos de viejos. El después no cambiaría.
Pasaban las estaciones.
Había que bajarle el ruedo al guardapolvo.
O se nos caía otro diente.
Un brillo en el río intuía ya el color del verano.
Detalles apenas en el tiempo inalterado.
No hubo fisura.
No hubo avance paulatino del quiebre.
Hubo -de pronto- el tajo.
Nada grave, dirías, y seguirías regando los malvones.

2.
El jardín. Mamá. El río.
Los tres aparecen juntos cuando pienso en el mareo. En el andar tartamudo de mi lengua.
Me falta un horizonte quieto. Una línea inmóvil para prender la mirada.
Al final parece todo una cuestión de geografía.
De montañas interpuestas entre el antes y el ahora.

3.
Cada amanecer elijo mis libros del día. Me sostengo en las páginas de otros. Me ato a las palabras ajenas. Voy y vengo entre el azar y la carencia. Tal vez sea ése ahora mi horizonte. Lo que me calma en esta ciudad rodeada de esmog y volcanes, que hace tantos años es la mía. A veces también las jacarandas. Me siento en el balcón que es apenas más ancho que mi silla y miro hacia las flores moradas. “Al este y al oeste, llueve y lloverá una flor y otra flor celeste del jacarandá”. Licencia poética y cromática en esa canción niña. Tengo un mate delante. La puesta en escena es cuidadosa. Riesgosa, también. Debe instalarse en el filo, pero sin caer ni para allá ni para acá. Conclusión: soy pésima equilibrista.
¿Cómo guardar ceniza en el pecho?, se pregunta la poeta y dispara mi pluma a la escena de siempre: la caja de madera. Tibia. Nosotros en el río. ¿Quién la lleva? ¿Quién sostiene a mamá?
Lo he escrito muchas veces. Pero ahora es ella, otra, quien lo cuenta. Abro y cierro las páginas a la caza de lo fortuito, de la minúscula epifanía. Llamémosle encuentro. Digámosle paraguas + máquina de coser. Es un método como otro cualquiera para no hundirse en el ruido del día que comienza.

4.
Borrar el ahogo.

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