Desamor: de la patología al simple desencanto

Tras un rompimiento vienen días difíciles: tristeza, ansiedad, depresión y pensamientos obsesivos, sentimientos inherentes al desamor. Sin embargo, ¿Cómo saber cuando se está en el terreno de la patología mental?

La psicología considerada a una psicopatología como aquellos signos o síntomas pueden formar o derivar en un trastorno psicológico. En la literatura, un amor no correspondido lleva en muchas ocasiones a la locura. Una licencia narrativa y poética que ha llevado a generaciones enteras que se puede perder la cabeza por amor, sin embargo, la realidad dista de la apasionada ficción.

Una ruptura amorosa “no necesariamente genera una psicopatología, los criterios para considerar una patología varían de acuerdo a los síntomas que la persona padezca durante un lapso específico de tiempo. Realmente depende de los recursos que la persona tenga para afrontar el duelo provocado por la ruptura amorosa, entendiendo el duelo como una pérdida que genera un dolor temporal y no como la parcialización de la persona,” detalla Jorge Negrete, psicólogo clínico de los Servicios de Salud Pública de la Ciudad de México.

A lo que añade: “me refiero a la sensación de ‘estar incompleto’, a la ansiedad y depresión que esta idea genera en la persona que percibe una pareja como una parte esencial de la vida que debe estar cubierta siempre, como si fuese una necesidad fisiológica tan vital como el dormir o el comer. El problema es que entendemos el tener una pareja como un objeto, cuya ausencia y descontrol nos frustra profundamente. Creo que la patología yace ahí, no tanto en la ruptura amorosa.”

La Organización Mundial de la Salud (OMS) calcula que más de 300 millones de personas en el mundo padecen depresión –https://www.who.int/es/news-room/fact-sheets/detail/depression–, el organismo internacional la define así: “la depresión es distinta de las variaciones habituales del estado de ánimo y de las respuestas emocionales breves a los problemas de la vida cotidiana.” La OMS agrega que cada año se suicidan cerca de 800 000 personas, y el suicidio es la segunda causa de muerte en el grupo etario de 15 a 29 años. Además, la mitad de aquellos que la padecen no recibe ningún tipo de tratamiento.

Una relación codependiente podría ser un signo que derive en una depresión profunda, como lo puntaliza Jorge Negrete: “sentir que una pareja cubre una necesidad que de otra forma no puede ser cubierta, una necesidad de carácter emocional que lleva a la aceptación total de situaciones y conductas que en ocasiones pueden llegar a ser profundamente lesivas para ambas partes de una relación.

“El Triángulo de Karpman es un esquema que describe con bastante precisión la interacción en una relación codependiente. Sus tres ángulos responden a tres papeles que cualquiera de las dos partes involucradas en la relación puede tener: Rescatador, él o la que busca ayudar a toda costa a la pareja, incluso anteponiendo el bienestar personal muchas veces por miedo a que la otra parte se vaya. Cuando las expectativas del rescatador no se cumplen entonces adopta el papel de Perseguidor, castigando y torturando con distintas formas de violencia (psicológica, física, etc) a la otra persona por ‘no valorar’ la ‘ayuda desinteresada’ que la otra persona ofrece. Mutando finalmente en el papel de Víctima, automáticamente busca convertir a la otra parte en rescatador y así ad infinitum.”

Asimismo, una personalidad tóxica podría influir en el destino de una relación codependiente o incapacitada para funcionar de manera orgánica, aunque es complicado definir al 100% sus características, como lo explica Negrete: “la personalidad tóxica es difícil de definir debido a que cada persona responde distinto a formas en las que entendemos la ‘toxicidad’. Si entendemos que lo tóxico ‘enferma’ o ‘contagia’, pareciera que los problemas y patologías del afecto y la personalidad tienen cierto grado de contagio, y por lo tanto, de peligro,. Sin embargo, a diferencia del sistema inmunológico que neutraliza gérmenes o las bacterias, nuestras emociones no cuentan con un sistema tan sofisticado que actúe como barrera a los problemas ajenos y confundimos el afecto con la responsabilidad, asumiendo que el deber de la pareja es rescatar o ser rescatado sobre el amar o ser amado. Pretender ser el héroe o la víctima antes que el amante es donde se comienza a gestarse esa toxicidad.”

Por eso es importante que después de una ruptura amorosa, prestemos atención a nuestro comportamiento e identifiquemos si éste muestra síntomas de depresión u otras psicopatologías. “Además de la depresión y la ansiedad que se presentan solas o en paquete, la inseguridad y el miedo suelen dar pie a la celotipia, que es la presencia de ideas obsesivas y recurrentes sobre la preferencia de la pareja por otra persona o personas, la personalidad codependiente de la que ya hablamos previamente y desde luego la creación patrones de violencia que actúan a diferentes grados,” profundizó el profesional de la salud de los Servicios de Salud Pública de la Ciudad de México.

Prevenir es la mejor arma, afirma Jorge Negrete, “no se puede evitar el dolor que una pérdida genera, pero se puede aprender a vivir con ella. Asumir que una pareja no nos define, no nos complementa, ni es un objeto que podamos controlar. Una pareja nos da muchas cosas que cualquier otro agente nos puede dar, hay quienes tienen la fortuna de entender que la libertad es el primer acto de amor y la comunicación su medio de subsistencia.”

Al mismo tiempo, debemos tener cuidado de no sobre patologizar o banalizar los psicopatologías que se presentan después del fin de una relación. “Eso tiene que ver con los obsesivos y asfixiantes parámetros de normalidad que rigen no solo la práctica clínica, sino la vida cultural. La presión por estar ‘sano’ aumenta a medida que el espectro de conductas ‘anormales’ o ‘patológicas’ se engrosa. Sentirse inseguros no es patológico, querer ayudar a otros no es patológico, sentir miedo no es patológico, es una cuestión de grado. El criterio de lo que es ‘patológico’ es maleable y muta conforme a los tiempos, pero creo que una característica esencial para definirlo es el nivel de daño que genera en uno mismo o en otros, el problema es que el daño también es susceptible de ser relativizado y quizá por ello nos apoyamos tanto en los criterios clínicos, legales o sociales, también imperfectos y mejorables,” finalizó el psicólogo.

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