Huyamos a Buenos Aires, nadie podrá encontrarnos

Se exhibe la primera retrospectiva en México del artista argentino Roberto Jacoby

Foto: Museo del Chopo.

Los amantes del rock argentino de los 80 reconocerán un título emblemático de la lírica gay en Luna de miel, de la banda Virus, del letrista Roberto Jacobi (con i latina). Así, ortográficamente, Roberto Jacoby (Buenos Aires, 1944) diferenciaba el ejercicio literario del rock, de su trabajo como artista visual y performancero, que tomó una pausa larga: de 1968 a 1988.

Este intermedio se despliega a través de unas 1,000 piezas y documentos que integran el discurso de Huyamos a Buenos Aires, nadie podrá encontrarnos, la primera retrospectiva en México de Roberto Jacoby, un proyecto del Museo Universitario del Chopo que da cuenta de su práctica artística entre 1983 –regreso a la democracia en Argentina– y 2016, con algunos antecedentes que datan de los años 60.

A través de materiales de archivo, principalmente, la muestra construye el relato de la función discreta pero clave de Jacoby como catalizador contracultural en tiempos en los que la libertad reclamaba territorio, al final de la dictadura.

“Fue una figura bisagra: conectó a mucha gente, escribió canciones, publicó en periódicos; pero aparece como observador activo más que como participante”, comenta Santiago Villanueva, curador de la exhibición. “Sus estrategias buscaban recomponer el estado de ánimo después del trauma de la dictadura, tendiendo una red de personas y espacios underground que tenían que ver con el teatro, el performance, la música, las artes visuales, la poesía…”

Sociólogo de formación, Jacoby desarrolló una mirada archivística e inquisitiva que permeó su obra siempre crítica del entorno sociopolítico, siempre al pendiente del impacto de la prensa como espacio público y cuestionadora de los mecanismos del arte desde mediados de los años 60, cuando fue integrante de la generación del Instituto Torcuato Di Tella –centro vital de experimentación en esa década– y produjo obra reconocida internacionalmente. Su práctica artística –interesada en el arte de los medios, el antihappening y la desmaterialización– quedó de algún modo interrumpida al olor de la dictadura, tras la manifestación de Tucumán arde, para tomar caminos tangenciales. Esta desviación institucional –congruente en un artista antiinstitucional– es la médula de esta muestra, abierta hasta el 22 de octubre.

Letra de canciones

Siempre aparte, con esa mirada sociológica, Jacoby documentó los márgenes de una escena que explotaba con los diques de la posdictadura: fotografió al público que asistía a conciertos de rock, recortaba notas de prensa, guardaba servilletas con caricaturas, versos y letras que luego fueron éxitos de la radio latinoamericana.

Jacobi escribió la letra de 40 canciones de Virus, banda bonaerense que, entre otras, protagonizó una nueva escena musical y cultural hacia el ocaso del régimen militar y la vuelta a la vida democrática del país en 1983. Versos cargados de humor, ironía y un discurso que, sin ser explícito, aludía a la diversidad sexual que todavía era motivo de persecución en aquellos años.

Principalmente, la exposición da cuenta de la reconfiguración de la ciudad porteña a partir de la llegada al poder de Raúl Alfonsín, como un lugar para la cultura subterránea, la noche y el rock, y también un espacio atravesado en aquella década por la pandemia del sida, que cobró la vida de no pocos protagonistas de la escena artística, como el vocalista de Virus, Federico Moura, en 1988, y del artista Daniel Melgarejo al año siguiente.

Melgarejo, otra figura tangencial a quien la muestra dedica un apartado, diseñó tres portadas de los LP de la banda; la más conocida, del disco Superficies de placer, que despliega en azul y amarillo el dibujo de un trasero. “Fue una forma de decir: lo que se ve no se pregunta”, comenta Villanueva, quien destaca la influencia de Jacoby en el entendimiento del discurso sobre el sida.

Sobre el título de la muestra, explica Villanueva: “Lo tomamos de una obra de Roberto. Es una frase que se repite en muchas películas, pensando Buenos Aires como una ciudad astral, un sitio a donde escaparse, como el punto más alejado”, dice de pie frente a la instalación, reconstruida especialmente para el Chopo.

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