Sin señas particulares, retrato de las emociones alrededor de la violencia

Astrid Rondero, cineasta egresada del CUEC, apunta que su nuevo proyecto busca “justicia para las víctimas del narcotráfico sin caer en la simpleza… es el punto donde tienes que estar como creador y testigo”

Más de 88 mil personas han desaparecido en los últimos 15 años en México, así lo declaró Karla Quintana, comisionada nacional de Búsqueda de Personas Desaparecidas, a CNN el pasado mes de junio. La cifra subraya la emergencia humanitaria y de violencia que atraviesa al país, sin embargo, la frialdad de los números es incapaz de capturar las secuelas emocionales en las personas cercanas a cada uno de los desaparecidos.

Es en ese espacio que el cine puede convertirse en una herramienta, en el medio para dimensionar las heridas emocionales ocasionadas por la violencia que perduran a lo largo y ancho del territorio nacional. Esa es la intención detrás del largometraje Sin señas particulares (2020), ópera prima de la realizadora egresada del Centro de Capacitación Cinematográfica (CCC), Fernanda Valadez.

La película cuenta con un guión y la producción de Astrid Rondero (Los días más oscuros de nosotras), egresada del Centro Universitario de Estudios Cinematográficos (CUEC), ahora Escuela Nacional de Artes Cinematográficas (ENAC). Además, el largometraje fue el ganador del reconocimiento a Mejor Película Internacional en los Gotham Awards y del Premio del Público en el pasado Festival Internacional de Cine de Morelia (FICM), ambos del 2020.

La realizadora universitaria afirmó en entrevista que los cineastas mexicanos “no podemos ceder ante complacencias”, porque el narcotráfico y sus efectos han marcado a toda una generación de creadores que está “cruzada y atravesada por la violencia, es imposible que dentro de nuestro trabajo se ignore el tema”.

Sin señas particulares inicia cuando “Magdalena (Mercedes Hernández) emprende una travesía en busca de su hijo, desaparecido en su camino a la frontera con Estados Unidos. Guiada por su voluntad, Magdalena recorre los paisajes desolados del México actual, donde deambulan juntos víctimas y victimarios”, según detalla su sinopsis oficial.

La anécdota que da pie a la película había sido abordada en uno de los trabajos anteriores de Valadez y Rondero, el cortometraje 400 maletas (2014) que en el 2015 fue nominado al Ariel y a los premios estudiantiles de la Academia de Artes y Ciencias Cinematográficas (AMPAS, por sus siglas en inglés), el organismo que entrega todos los años el Oscar.

Rondero contó que el deseo de regresar a la historia, en esta ocasión como largometraje para expandir sus alcances, se debió a que la violencia durante los sexenios de Felipe Calderón y Enrique Peña Nieto creció, las historias de desaparecidos siguieron aumentando. “Algo que nos frustró mucho cuando presentamos 400 maletas fue ese mensaje de ‘ya, cuenten otras historias, ¿por qué siguen en narcotráfico y migrantes? Cambien’. Eso nos llevó a reflexionar que, nosotros como cineastas, no podemos ceder ante complacencias. La gente quisiera que contaramos otras historias, es comprensible, pero nuestra generación está marcada”, explicó la cineasta.

Ese rechazo al tema llevó a las cineastas a decidir contar el relato de Magdalena con la mayor empatía posible y no fuera un producto más de entretenimiento. “Sentimos que la experiencia previa nos llevó a una madurez suficiente para saber de qué forma lo íbamos a contar, cuál era la perspectiva, teníamos que filmarlo de tal manera que tuviera la mayor empatía posible”.

“Una cosa que nos ayudó a entenderlo y manejarlo, es que nosotras somos de la periferia: las dos somos lesbianas, Fernanda es de Guanajuato, somos mujeres y somos minoría, esa minoría nos da una visión distinta. No sé si peor o mejor, pero es distinta. Eso es muy refrescante en un medio como el cine mexicano que es heteropatriarcal, el que existan diversidades nos permite hacer un cine con muchas más propuestas para nuestra cinematografía”, argumentó la directora de En aguas quietas (2011).

Hay un cuidado en retratar las consecuencias de la violencia y no la violencia misma, aunque eventualmente la violencia aparece. ¿Cómo llegaron a esa decisión narrativa?

“Tiene que ver con el viaje que estamos contando, es alguien que busca un desaparecido y esa persona resulta que está ahí, pero de cierto modo ha desaparecido. Está vivo, aunque su persona ya no está. Es una pregunta que no supe contestar antes”, confesó Rondero y añadió:

“Uno de los temas que nos importaban, además de la migración y el narcotráfico en las comunidades rurales, era el reclutamiento forzado. Desde 400 maletas nos llamaba la atención, el giro argumental de la película revela lo que no logramos discutir en México: toda esta juventud que es el brazo armado de los cárteles es reclutada de manera extremadamente violenta.”

“Por eso es importante desentramar lo que pasó y no hacerlo desde la glorificación de lo gore. No porque esté mal, hay grandes películas con ese tipo de escenas. Sin embargo, nos parecía que al acercarnos a esas secuencias escritas muy gráficamente, en vez de lograr una verdadera sensación de dolor y terror, algo en el ser humano hace que te despegues. Lo ves como un objeto que debe ser observado, le quitas lo emocional. Nos era importante utilizar metáforas, esto nos permite entrar al corazón de las emociones de la violencia”.

¿Qué piensas de aquellos que utilizan el tema del narcotráfico para hacer entretenimiento?

“Es una pregunta difícil porque es un asunto ético. Hay todo tipo de cine: de entretenimiento, más reflexivo, arte objeto –donde la narración no es importante–, etc. Los cineastas mexicanos y de todo el mundo debemos tener el derecho de contar lo que deseemos. Es parte fundamental de nuestro derecho a expresarnos, es un derecho humano”, comentó la guionista y complementó:

“En estos tiempos, lo que sí debería haber es un compromiso ético con lo que decimos. Es muy importante. Particularmente nuestra generación que ha convivido con un país totalmente destruido, generaciones enteras entregadas a la violencia y el narcotráfico, por eso tenemos una obligación ética de contar las historias. Lo importante es no hacerlo de forma moralina. Sin señas particulares es muy clara al decir que el chavo no es malo, está en unas circunstancias únicas que sólo se ven en la guerra”.

La vida real siempre será más complicada.

“La vida real es terrible, vivimos en México decisiones de países en guerra. Por eso el tema está en la mesa. Debes comprender el porqué de la violencia, buscar justicia para las víctimas sin caer en la simpleza de decir: ellos son los malos, estos son los buenos. Es el punto donde tienes que estar como creador y testigo. Es parte del por qué no encontramos una solución a esta violencia que vive el país”, aventuró.

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