Beethoven compone la más grande de sus sonatas para piano

Cuando la terminó en el otoño de 1818, dijo: “Ahora ya sé cómo componer”. Se la dedicó al archiduque Rodolfo de Austria

En noviembre de 1817, Beethoven concluyó su Sonata número 28 en la mayor, opus 101, con la cual abrió un nuevo camino –más íntimo, personal e introspectivo– en su producción musical.

Dedicada a la baronesa Dorothea Ertmann, el compositor Johann Friedrich Reichardt (1752-1814) escribió acerca de ella: “No he hallado jamás tanta fuerza unida a tan exquisita belleza.”

Inmediatamente después, Beethoven comenzó a componer otra sonata para piano. Quería que fuera la más grande de todas… Entretanto, en enero del año siguiente, al fin logró realizar el plan que había concebido poco antes: sacar a su sobrino Karl del internado de Cajetan Giannatasio del Rio y llevarlo a vivir con él.

En el verano de 1818, mientras Beethoven y Karl se encontraban en Mödling, una pequeña ciudad medieval ubicada al sur de Viena, el dueño de la firma inglesa John Broadwood & Sons le envió como regalo un espléndido piano, encima de cuyas teclas se podía leer, grabada sobre un placa de metal, esta inscripción latina: “Hoc Instrumentum est Thomae Broadwood (Londini) donum propter Ingenium illustrissimi Beethoven” (Este instrumento es un regalo de Thomas Broadwood de Londres para el ilustrísimo Beethoven”).

Al respecto, Jan Swafford escribe: “Igual que en la década anterior su Érard le había ayudado a inspirarse para la Waldstein y la Appassionata, quizá el Broadwood, el piano más robusto en construcción y sonido que jamás había tenido, le ayudó a situarle en la dirección correcta para escribir la sonata para piano más colosal de su vida.”

En el otoño de ese mismo año, una vez de regreso en Viena, Beethoven terminó la Sonata número 29 en si bemol mayor, opus 106, a la que llamó Grosse Sonate fur das Hammerklavier, es decir, Gran Sonata para Pianoforte. Fue entonces cuando el compositor alemán dijo: “Ahora ya sé cómo componer”.

Con el tiempo, esta obra única en su género sería conocida simplemente como la Hammerklavier. Está dedicada al archiduque Rodolfo de Austria y lo de grande se refiere tanto a su dimensiones –es la más larga de todas las que compuso: dura alrededor de 45 minutos– como a su complejidad técnica.

En su libro Pensemos en Beethoven (Ediciones Monte Carmelo/CONACULTA), 2015), Eusebio Ruvalcaba escribe: “Pocas obras nos quitan el sueño. Contadísimas obras se inoculan en nuestra sangre y nos perturban como una droga incontrolable. Exactamente lo que sucede con la sonata Hammerklavier de Beethoven, prueba de fuego para el que toca y para el que escucha. Como ninguna otra, esta sonata es un volcán en erupción. No hay más el Beethoven de las concesiones por el lado del romanticismo, y menos todavía por el lado de la experimentación. La Hammerklavier es la suma de todos los Beethoven: el de la Patética, el de la Appassionata, el de la Waldstein, pero aun, y lo que es inaudito, el de las sonatas que sobrevendrían más allá de la Hammerklavier.”